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cuentos cortos

Cuentos para mujeres dulces, es la historia que va a despertar toda la melaza que hay en ti. Le pertenece a una de esas mujeres que se cruzaron en mi camino y me dejaron un sabor dulce en la boca. Yo creía que mostrar mi ternura y mi vulnerabilidad me hacía débil, lo que aprendí fue que esconderlo era la verdadera debilidad. Espero que con estos cuentos aparezcan todas las mujeres dulces que hay en el mundo. Mi libro de cuentos (estará disponible a partir de junio 2021), está repleto de mujeres que dejaron huella en mi alma. Mujeres valientes y llenas de experiencias que las hacían relucir y brillar a pesar del dolor y la impotencia que habían sentido. Puedes encontrar:

Cuentos cortos de amor

Cuentos de amistad

Cuentos de mujeres brujas

o como éste

el cuento de una mujer dulce como el algodón de azúcar.

La mujer algodón

Recuerdo el primer día que abrí la puerta de mi despacho y apareció ante mí Maricela. Era una de esas mujeres dulces y etérea como el algodón de azúcar. Su voz era suave y siempre caminaba al borde de una cuerda de funambulista desde donde se podía precipitar al abismo. Cuando caía, el silencio la envolvía, silencio y vacío. Su madre había caminado por tierras inhóspitas para atravesar fronteras en busca de estabilidad, dejando atrás familia, paisajes, acentos y otros menesteres que no podía portar en su mochila. Pero se llevó a Maricela y aprendió el camino de los coyotes y los lobos. Era una mujer salvaje y había traído al mundo a una mujer algodón, al menos eso era lo que creía Maricela.

La miré a los ojos y pude ver dolor, nostalgia y una mezcla de azules y negros que sugerían mares y montañas.

-No puedo hablar en público- me dijo con una voz quebrada por el pasado.

Cuando llegó a España, con sus títulos debajo del brazo, la contrataron en una gran empresa. Ascendió rápido, ya que era una mujer muy inteligente. La única condición para ser promocionada era que debía dar formación a sus compañeros de trabajo. Hablar en público era cuestión de oxígeno y sus pulmones habían ido cerrando puertas a medida que crecía.

Le pedí que me repitiera su nombre y en ese momento pude ver, detrás del algodón esponjoso y dulce, una llama. Según la medicina china, dentro de nuestro cuerpo existen tres fogones que encienden nuestra energía. El fogón de su corazón se había ido apagando y no llegaba energía a su voz. 

-Respira hondo y grita- le solicité.

-¿Gritar?- dijo como si acabara de pedirle que resolviera un jeroglífico.

– No puedo gritar, como mucho puedo susurrar- me confesó. Rompió a llorar con un llanto suave, casi imperceptible y cubrió su rostro con sus manos, avergonzada.

En aquel entonces yo vivía en el campo. Mi contacto con la tierra era necesario para que mi intuición deambulara de una persona a otra desenmarañando madejas mentales. Le pedí que viniera a comer el fin de semana para que habláramos más tranquilas. Aquella mujer algodón despertaba en mí la ternura de una mujer pájaro y yo había odiado siempre los pájaros. Por alguna razón había llegado a mí.

El sábado se despertó perezoso de luz. Había nubes en lo alto que amenazaban, medio en broma medio en serio, una buena cantidad de agua. Cuando llegó Maricela, me tomé un tiempo para avivar el fuego de la chimenea. Mientras me dirigía a la cocina a terminar el segundo plato, Maricela se quedó abanicando dos leños de madera que fingían dormir. Entonces le sugerí que diéramos una vuelta por el pinar que rodeaba mi casa. Durante el paseo le conté que yo había cantado en un grupo de música en el pasado. Le expliqué como el aire es necesario para mover las cuerdas vocales y apunté con mi dedo a las ramas más altas que empezaban a moverse bailando con el viento.

Le toqué la frente y en aquel momento ella era la rama del árbol. Hacía tiempo que había desarrollado la capacidad de dormir a las personas unos minutos para que tuvieran una experiencia mágica. Sus piernas se flexionaron, sus brazos se extendieron y se movieron como en el ballet del lago de los cisnes. No eran brazos, eran alas. Su pelo largo y negro se liberó del trenzado que lo ataba y yo empecé a soplar para que el aire jugara a abrir y cerrar puertas en sus pulmones  y, de repente, se derrumbó.

-No tengo fuerza, la tierra de mis pies se derrite, me mareo- exclamó aquella mujer de algodón.

Le toqué la frente y se convirtió en una hormiga que caminaba sobre la tierra y tenía la capacidad de cargar el doble y hasta el triple de su peso. Sintió su fuerza y se abrazó a su hogar en la tierra. Se dio cuenta de que un animal tan pequeño, tan indefenso era capaz de levantar un peso extraordinario, de atravesar distancias increíbles. Le soplé de frente, le soplé de lado y se agarró tan firmemente que no se movió. En aquel momento se transformó en el aire, golpeó montañas y levantó tierra y agua. Atravesó los lugares más pequeños y abrió puertas para cerrar otras. Jugó con las nubes y se escondió en los árboles…

En ese momento Maricela despertó, gritó tan fuerte que su voz se oyó en muchos kilómetros a la redonda. Los habitantes de aquel lugar siguen preguntándose por aquel alarido que heló la sangre de unos pocos y despertó a otros muchos. Aquel grito nacía de su miedo, de su rabia, aquel grito estaba encerrado en sus pulmones, le había cerrado la puerta cuando tuvo que esconderse en un camión sin respirar para que no les pillara la policía de aduanas. Ese grito estaba en los pulmones de su abuela que no pudo decir nada cuando la pidieron en matrimonio. Estaba reprimido por su tía que sintió la violencia de la sociedad cuando eligió enamorarse de otra mujer…

Ahora Maricela sopló el algodón que se esparció volando y avivó la llama de la semilla de la mujer pantera que llevaba dentro. 

Gritó, sopló, tosió, escupió, insultó y el aire cada vez encontraba más espacio en su interior. 

-Todo fuera- exclamé.

-No dejes ni un recobeco por limpiar, ni una esquina por desempolvar.-

Y de pronto, silencio. Las nubes dieron paso al sol y una brisa suave trajo el olor de la resina y de los campos húmedos por las tormentas pasadas. Maricela volvió en su forma felina y su voz se escuchó alta y clara.